(completo)
En duermevela oigo correr entre bultos adormilados
y ceñudos un incesante río.
Es la catarata negra y blanca, las voces, las risas,
los gemidos del mundo confuso, despeñándose.
Y mi pensamiento que galopa y galopa y no avanza,
también cae y se levanta y se levanta
y vuelve a despeñarse en las aguas estancadas del
lenguaje.
¡Palabras para sellar al mundo con un sello indeleble
o para abrirlo de par en par,
sílabas arrancadas al árbol del idioma, hachas
contra la muerte, proas donde se rompe la
gran ola del vacío,
heridas, surtidores, conos esbeltos que levanta el
insomnio!
Hace un segundo habría sido fácil coger una palabra
y repetirla una vez y otra vez,
cualquiera de esas frases que decimos a solas en
un cuarto sin espejos
para probarnos que no es cierto,
que aún estamos vivos,
pero ahora con manos que no pesan la noche
aquieta la furiosa marea
y una a una desertan las imágenes, una a una las
palabras se cubren el rostro.
Pasó ya el tiempo de esperar la llegada del tiempo,
el tiempo de ayer, hoy y mañana,
ayer es hoy, mañana es hoy, hoy todo es hoy, salió
de pronto de sí mismo y me mira,
no viene del pasado, no va a ninguna parte, hoy
está aquí, no es la muerte
—nadie se muere de la muerte, todos morimos de
la vida—, no es la vida
—fruto instantáneo, vertiginosa y lúcida embriaguez,
el vacío sabor de la muerte da más vida
a la vida—,
hoy no es muerte ni vida,
no tiene cuerpo, ni nombre, ni rostro, hoy está aquí,
echado a mis pies, mirándome.
Yo estoy de pie, quieto en el centro del círculo que
hago al ir cayendo desde mis pensamientos,
estoy de pie y no tengo adonde volver los ojos, no
queda ni una brizna del pasado, .
toda la infancia se la tragó este instante y todo
el porvenir son estos muebles clavados en su
sitio,
el ropero con su cara de palo, las sillas alineadas
en espera de nadie,
el rechoncho sillón con los brazos abiertos, obsceno
como morir en su lecho,
el ventilador, insecto engreído, la ventana mentirosa,
el presente sin resquicios,
todo se ha cerrado sobre sí mismo, he vuelto
adonde empecé, todo es hoy y para siempre.
Allá, del otro lado, se extienden las playas inmensas
como una mirada de amor,
allá la noche vestida de agua despliega sus jeroglíficos
al alcance de la mano,
el río entra cantando por el llano dormido y moja
las raíces de la palabra libertad,
allá los cuerpos enlazados se pierden en un bosque
de árboles transparentes,
bajo el follaje del sol caminamos, amor mío,
somos dos reflejos que cruzan sus aceros,
la plata nos tiende puentes para cruzar la noche,
las piedras nos abren paso,
allá tú eres el tatuaje en el pecho del jade caído
de la luna, allá el diamante insomne cede
y en su centro vacío somos el ojo que nunca
parpadea y la fijeza del instante ensimismado
en su esplendor.
Todo está lejos, no hay regreso, los muertos no
están muertos, los vivos no están vivos,
hay un muro, un ojo que es un pozo, todo tira
hacia abajo, pesa el cuerpo,
pesan los pensamientos, todos los años son este
minuto desplomándose interminablemente,
aquel cuarto de hotel de San Francisco me salió al
paso en Bangkok, hoy es ayer, mañana es
ayer,
la realidad es una escalera que no sube ni baja, no
nos movemos, hoy es hoy, siempre es hoy,
siempre el ruido de los trenes que despedazan cada
noche a la noche,
el recurrir a las palabras melladas,
la perforación del muro, las idas y venidas, la realidad
cerrando puertas,
poniendo comas, la puntuación del tiempo, todo
está lejos, los muros son enormes,
está a millas de distancia el vaso de agua, tardaré
mil años en recorrer mi cuarto,
qué sonido remoto tiene la palabra vida, no estoy
aquí, no hay aquí, este cuarto está en otra
parte,
aquí es ninguna parte, poco a poco me he ido
cerrando y no encuentro salida que no dé a
este instante,
este instante soy yo, salí de pronto de mí mismo,
no tengo nombre ni rostro,
yo está aquí, echado a mis pies, mirándome mirándose
mirarme mirado.
Fuera, en los jardines que arrasó el verano, una
cigarra se ensaña contra la noche.
¿Estoy o estuve aquí?