Un poco de sombra y un beso

Luis Mallarino


Ayer descubrí que mi vecino
es vendedor de aguacates.
 
Lo vi salir al amanecer
con su disfraz de árbol encantado
y no pude ocultar el asombro:
la palangana enorme
sobre la cabeza florecida,
el tronco firme,
las sandalias vueltas raíces.
 
Nunca antes había visto
a un vendedor de aguacates
salir de una casa
—de su propia casa—.
He vivido,
no sé cuántos meses, a su lado.
 
De tanto verlos calle arriba
creí que vivían, plantación adentro,
junto al árbol que los vio nacer,
y que dormían entre los frutos caídos
como otro fruto caído.
 
Ahora sé que están entre nosotros
ocultos, como agentes secretos
de un estado fallido.
 
Antes de partir
deja caer sobre su pequeña
un poco de sombra y un beso;
ella agita su mano hasta que él
es solo un ramaje difuso
al borde del camino.
 
Una corriente de aire
lo estremece a lo lejos,
lo tambalea, y
yo me pregunto,
cuántos aguacates habrá que vender
para tener derecho al paraíso.
 
En ese momento
ella me descubre y sonríe
—le calculo un año y medio o dos
sobre el mundo—.
Su padre se ha ido,
y ella ríe.
 
Quizá piensa en lo ridículo que me veo
sin palangana y sin raíces.